Comprensión
No sabes que narices haces aquí. Tu misión es coger presas, atraer y seducir a las personas que luego servirán de comida. En definitiva, tu trabajo está en Volterra, no aquí. Recorrerte medio mundo por capricho de Aro te exaspera, te enfurece y te da ganas de mandarlo todo a la mierda. Sí, a Aro y a todo su séquito (del que tu formas parte).
Porque que una estúpida humana se aburriese tanto como para acostarse con un vampiro, quedar embarazada, y tener a un engendro mitad vampiro, mitad humano, no te parece motivo suficiente para que Aro, Marco y Cayo dejen a Volterra libre de vampiros, llevándoos a todos a este pequeño y lluvioso pueblo americano, perdido de la mano de Dios.
Así que sientes la necesidad de descargar ese monumental cabreo con o contra alguien. Alzas la vista y ves que ese estúpido clan vegetariano está (increiblemente) aliado con los lobos, que son algo así como el peor enemigo mortal de los vampiros. Atónita observas su formación, la línea de protección que ofrecen a los otros vampiros, y te carcajeas de su estupidez. Jamás se le pasó por la cabeza que un vampiro tuviera que caer tan bajo como para tener que pedirle ayuda a un licántropo. Simplemente perfecto.
Miras cada par de ojos lobunos y te detienes innecesariamente en los que pertenecen al último lobo de la formación. Perdón, loba. Aquello es una nueva sorpresa. No sabías de existencia de mujeres licántropas. Ese simple echo ya te llama la atención, pero lo que ves reflejado en aquellos ojos aumenta aún más tu curiosidad por ella. Ves rabia, dolor, incomprensión e incomodidad, la sensación de que está en un lugar ajeno totalmente a su persona. Eso hace que brote algo dentro tuya, algo similar a la comprensión.
Los ojos de la loba son ahora los que se clavan en tí y ella también lo ve en tus ojos. Sí, esa comprensión y esa confidencialidad existe. Se le eriza el pelaje del lomo, alza la cola y te gruñe, un gruñido que suena a risa forzada. Já, perfecto. La misma risa que segundos antes se te a escapado a tí al sentirte una intrusa entre los de tu propia especie.
No sabes que papel juega esa loba en todo esto, ni sus circunstancias ni opinión sobre aquello, pero tienes el presentimiento de que los sentimientos que deriban de ello son tan amargos como los tuyos. Y eso te hace sentir deseos de conocerla. Y te asustas. El simple echo de estar a escasos metros de un lobo debería orripilarte, y sin embargo sientes la necesidad de acortar esa distancia.
Quizá, cuando todo acabe, no tengas que odiar a Aro por haberte obligado a ir hasta allí, tal vez, hasta tengas que agradecérselo porque ahora tendras una nueva amiga...
jueves, 6 de mayo de 2010
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