jueves, 6 de mayo de 2010

Heidi y Demetri

Ella ve el mundo de otro color.

Él huele todo con otro olor.

Ambos se unen en un baile de dos.

Las calles de Volterra han sido testigo tanto de matanzas como de amores ocultos de la llamada realeza. Nadie sabe lo que ellos son, porque se ocultan entre sombras y salen cuando las farolas no alumbran. Nadie sabe que andan juntos, porque ella camina a lejana distancia de él. Y nadie ni siquiera bajo tierra conoce el secreto que ocultan su rastreador y su cazadora.

Se miran en un encuentro fugaz que de chispas hace Volterra llenar y miran de nuevo el camino, como si nada hubiese pasado.

Él comienza a caminar en otra dirección que no es hacia dónde van y Heidi se aterra de pensar que la va a dejar, pero es un vampiro y corre rápido y lo hace para estar junto a ella y delicadamente tomar su mano. Ella no le niega el roce, sólo se pone nerviosa de que los vea algún guardia superior.

Él evita todos los pensamientos que ella no se atreve a decir y se coloca frente a ella, la mira y se la come con los ojos más rápido que a una presa. La mira a sus ojos violeta –porque a ella le encanta usar los lentes de contacto para verse distinta –y se acerca y muerde su labio inferior.

Heidi no dice nada, tampoco calla. Porque disfruta el momento y quiere más, se mueve con pasos absurdamente rápidos y lo captura por detrás. Se monta en él como lo haría en un caballo –y le trae recuerdos de sus momentos humanos –le muerde la nuca, la yugular y la oreja. Lo muerde como si tuviera sangre que la pudiera saciar y descubre que el sabor de su piel es algo excepcional.

Él la tumba al piso y lo resquebraja –espera que el Maestro no se entere de lo qué pasa –la toma por las muñecas y la hace su presa. La besa, la lame, la muerde, la hace suya sin tocar más que la piel descubierta a la luz de la luna llena.

Ella gruñe y se posiciona sobre él, él sube el vestido negro tocando la piel mármorea de sus muslos –y le parece suave, tierna y hasta cálida –la muerde, queriéndola dejar con marcas, cicatrices y morados, aunque sabe que ella es fuerte y hasta siente que la ama. Ella abre su camisa y descubre su trabajado pecho y sus ojos se derriten –literalmente –ante él y ella los cierra asustada, porque odia mirarse como una Vulturi normal.

Él la toma por la barbilla y la obliga a mirarlo, la jala hasta sus labios y la besa de forma desenfrenada y le susurra entre jadeos "eres hermosa", "hueles divino" y en otro beso se funden y se olvidan que ese encuentro debe ser secreto para que no se convierta en prohibido.

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